Este post está inspirado en un post a su vez plasmado en el blog de Medea sobre la crueldad del ambiente infantil.
Mi amor platónico de la escuela primaria era un mocoso dos años mayor: feo, chino, pálido como un bollo de pan crudo, creído y superficial como él solo. Mi excusa, es que parecía disponer de muchos recursos de los que hábilmente echaba mano, hay que admitir, de una forma muy astuta para ser solo un mierdoso de 11 años en el año 1989. Por ejemplo, siempre usaba una jacket de un equipo de football americano traída, imagino, por algún familiar de EEUU, como era común por la época (horror) en el pueblo rural donde crecí. Esa jacket le otorgaba una dignidad tal, que el solo mirarla tenía un efecto de apantallamiento tal capaz de arrancar suspiros entre todas las féminas del cuerpo estudiantil, en especial cuando el susodicho se paseaba viéndose como un dios griego con ella puesta en compañía de su séquito de amigotes por los corredores de la escuela. Aunque normalmente, alguien cuyo valor le permita cargar una jacket con un motivo americano se me figuraría un legítimo nako y por lo tanto, merecedor de un tomatazo y una carcajada, en esa época supongo que me encontraba todavía en la etapa de madurar mis prioridades, así que, por lo pronto, me limitaba a suspirar junto con mis compañeras.
Mi obsesión por este escuincle era tal, que una vez hasta terminé encerrada en el armario de la clase cuando él se presentó al aula en medio de la lección de ciencias con su gabinete de partido, pues como si no fuera suficiente ya con que fuese el único motivo por el cual las carajillas se levantaban para ir a la escuela cada mañana, encima ahora se iba a lanzar a presidente de la escuela para ser aún más irresistible. Patético... XP
Enseguida sucedió algo que yo no me esperaba. Luego de mi “discreta” demostración de vergüenza, tuve que avocarme a defenderme de toda suerte de burlas, chismes, dimes y diretes entre compañeros y extraños (porque pronto el chamullo pasó a otras secciones)... cosa que personalmente no me parecía razonable por donde quiera que lo mirara, ya que la guapura del mierdoso era notada por todas mis compañeras sin excepción. ¿Qué tenía yo de diferente? ¡Pero claro! Había hecho un papelón de poca madre enfrente de todo el mundo donde se puso en evidencia pública mis sentimientos y ese fue el elemento fatal.
Un día de tantos me llega un papelito de una compañera con el siguiente mensaje:
“Fulano de tal (insertar aquí el nombre del mocoso de mis delirios) me quiere a mí, así que mejor váyase olvidando de él.” ...O alguna estupidez cursi por el estilo.
Yo me quedé muy preocupada, ya que por un lado, no quería tener ningún problema con nadie por causa de algo que solo me provocaba pena, pero como la longis siguió jode que jode, déle que déle, a los días me entró el espíritu de competencia, y harta de tanta chingadera un día le respondí el papelito de turno con un: “No le creo. Eso igual lo puede decir usted como cualquiera.” A lo que la guacha me respondió: “Se lo voy a demostrar. Voy a pedirle a él que se lo venga a decir en la cara.”
Por Dios, ¡en la cara!. El solo pensar en la idea me daban ganas de hacerme pis encima de la vergüenza, pero ¿y si no era cierto? ¿Y si ella solo estaba fanfarroneando? En los ambientes infantiles esto es bastante común, así que decidí no darle mucha bola. De todos modos, la susodicha compañerita no era precisamente un regalo del cielo. Sin embargo, era consiente de que ser flaca como una marraqueta era el único look socialmente aceptado entre los niños ya desde esa época, y yo no era ni remotamente así. Era alta como una jirafa desde que estaba en el kinder, y si bien no era tan flaca como algunas de mis amigas, tampoco era tan gorda como otras. Todo lo que yo era para los ojos de mis compañeros, era una cruza de jirafa con marrana deforme y punto. Resultó ser que finalmente comprobé que la mocosa no estaba fanfarroneando. Al recreo siguiente no más me agarraron entre todas sus amigas ya que yo me retorcía y pateaba como una mula para escapar. Entre todas me arrastraron hasta la sección del guila y allí, sin anestesia, él con sus aires de suficiencia y yo, con la cara como un tomate a punto de reventar, me soltó las tres palabras que me marcaron para el resto del año escolar:
“No_Me_Gustas.”
Muchos años después, un día que iba a tomar el bus de las 6:00am durante el primer año de universidad, caminando por la acera reconocí al muchachito, ya hecho un hombrecito hecho y derecho (aunque se le notaba bastante traqueteado por la vida, pobre), ayudando a descargar cajas de mercadería desde un camión hasta una tienda. Como iba sola por la acera, él y sus compañeros, como buenos albañiles envalentonados cuando se encuentran en manada, comenzaron a escupir vulgaridades tipo “no he visto una vieja en años”, y como lo vi a él participando activamente de la joda, monté en cólera, me di vuelta y le dije directamente al fulano en la cara: “¡Qué decepción, fulanito! Pasar de presidente de la escuela a cargador de mercadería. Su maestra fulana de tal todavía vive aquí, cuando la vea escóndase, porque se va a morir si se entera.”
En ese momento no me importó cómo quedé delante de estas personas... No soy partidaria de devolver el mal que alguien te hizo un daño, menos si fue por motivos tan viejos e inútiles. Pero ese día, cuando me subí al bus todavía llevaba una sonrisa en la cara que no se me quitó hasta muchos, muchos días después. Sentí como si me deshiciera de un peso muy grande, ¿saben? No sé porqué... Ahora cuando lo pienso, me parece que fue una tontería de mi parte. Pero ¡diablos!, qué bien se sintió aquel día...
Los adultos se engañan constantemente creyendo que sus hijos de pequeños son criaturas inocentes y núbiles. Aunque en gran medida, son ellos los que enseñan a discriminar a sus hijos, a imponerles estándares de qué es lindo y qué es feo, igual muchas de estas cosas se aprenden en la calle o en los diversos medios de comunicación. Sin embargo, sigue habiendo responsabilidad de los padres en todo lo referente a la forma en que ellos absorben las cosas que ven y del ejemplo que reciben. Por tanto, es responsabilidad de los padres el ser una guía adecuada y dar una formación responsable. Por otro lado mi teoría también es cierta, los niños no tienen ni pizca de inocentes, los inocentes somos nosotros que nos creemos que lo son. Y encima los subestimamos tomándolos por tontitos retrasados.
Q historia mas triste. Yo creo que todos tenemos historias hijueputas de los tiempos de escuela.
Que curioso como la vida paga esas cosas de vez en cuando. Como lo dijo Magon, para justicias el tiempo...