domingo, junio 11, 2006
Maldita sea, cómo me duele la espalda...
Quién iba a decir que a la -tierna- edad de 26 años iba a padecer una vejez tan prematura...

Cof cof cof...

Para empezar, me parece que he comenzado a presentar los primeros síntomas: Al mirarme al espejo mi cara está amarilla y ojerosa, además, estoy un poco... como... amargada.... juajuajuaj! Bueh!, aunque realmente así he sido desde que tengo uso de razón. Pero ahora, encima, he comenzado a padecer de un agudo y casi permanente maldito dolor de espalda que no me deja vivir... Me duele tanto y tan seguido, que estoy considerando seriamente lanzarme de panza por un tobogán de navajillas, para distraérme con un nuevo dolor en otra parte distinta del cuerpo. Me duele cuando conduzco, me duele cuando me siento en la "cómoda" -y supuestamente anatómica- silla de la ofina, me duele cuando me acuesto y me duele cuando riego mi maldito bonsai, con un demonio! El muy maldito ni siquiera se digna a darme vacaciones! No le puedo pedir a alguien más que lo riegue por mí porque enseguida comienza a perder hojas, el muy infeliz es más delicado que una maldita teta de zancudo! Parece que tuviera un radar incorporado que detecta cualquier movimiento de persona ajena a su sirvienta -mean, yo-. ¡Juro que esa maldita planta tiene voluntad propia!

En fin. Después de tres tormentosas semanas de dolor permanente, decidí darle solución al problema. Así que me avoqué a resolver un nuevo problema antes: Encontrar una estética decente en este pinche pequeño pueblo capitalista y opulento de la capital, donde he de ser la única persona que le duele pagarse un masaje, siempre y cuando se deje extraer el iris de la cornea como parte del pago de la cuenta... (siempre en dólares, course, pese a que los ciudadados de este país ganamos en colones, hasta donde sé).

Por imposible que pudiera sonar una misión tan altruísta en una ciudad de mierda -y no cualquier mierda de pacotilla, mierda dorada, contante y sonante!- como esta, finalmente encontré un lugar que parecía decente, ni muy grande ni muy chico, donde no cobran por la clientela *bonita*, ni por la 'exclusividad' del diseñador de turno que decora la maldita sala de espera y donde, por Dios, se limiten a darle buen alivio a mi problema y punto.

Al entrar al sitio, me di cuenta casi inmediatamente, y no con menos regocijo, de que por lo menos no me iban a poder cobrar la comisión del decorador. Imposible hacerlo. Aquella salita de espera, tan grande y espaciosa como la ratonera de un ratón de barrio bajo, solo podía haberla decorado alguna de las hermanas de mi difunta abuela. Apenas había dónde achantarse, y a través de los parlantes sonaba una melodía de asensor espantosa, trillada y re-quemada. Oh, mis bendecidos oídos de pianista (juajuajua!)... No puedo explicar lo que tuvo que soportar mi *selectivo y exquisito gusto* con esa música de restaurante chino barato; escuchar una agradable ópera de Sarah Brightman mientras trabajaban a mi dolorida espalda hubiera salido doscientos dólares más caro. Fijo.

Lo que auguraba ser una tarde de relajación y alivio, resultó ser un fiasco. La esteticista que me tocó era una vieja gorda -muy parecida a mi detestada colega de la oficina- y antipática, que, siendo optimistas, habrá obtenido su título de esteticista en la Universidad Los Patitos o en la Academia Abejorro Corrompido. Parecía que tenía implantes de acero en los dedos pulgares, porque me los encajaba tan fuerte en las carnes que por poco me deja magra... Oh sí, he dicho magra, igual que medio quintal de chorizo cantimpal italiano, de ese morado que huele a rayos. Porque aparte de batirme como milkshake, y de voltearme ella misma como si fuera yo una torta para hamburguesa a la plancha, me ha embadurnado un aceite que sospecho ya estaría vencido, porque juro por Dios que esa cosa apestaba a miaos de ratón. Y mientras esa tipa ensartaba los codos, las rodillas y los tobillos en mí, al son de una "ténue y discreta" melodía del CD de éxitos de Richard Claiderman de hace 500 años, como si fuera poco llega y me lija la cara con no sé qué producto, dejándome la piel tan hinchada y roja que juro que me madrugó las arrugas que tendré de aquí a 40 o 50 años.

Finalmente, la cuenta fue lo único placentero de la experiencia. Aunque al final parece que me salió realmente caro: Son las 04:04 am y el ARDOR DE MIL DEMONIOS en la espalda -y ahora también en la cara- no me deja pegar los párpados.

¡¡Hay que joderse!!
Escupido por Dryadeh a las 3:00 a.m. | 5 comments